Sumeros (PARTE I)
® Yendelki Pérez ®
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Nunca he sido de esas que comparten sus cosas, pero, esta vez me atrevo a hacerlo aunque no esté segura de dónde debo comenzar.
Espero que no los confunda la confidencialidad con que escribo estas líneas, pues lo que relataré no me lo ha contado nadie, pero siempre es bueno agregar un poco de emoción. Me han dicho que escribir puede ser un buen desahogo y como tal lo veo yo; así que, quizá, no todos me comprendan en lo que voy a contar.
¿No les parece curioso que siempre terminas enamorándote de la persona que menos pensabas?
Pues a mí sí y llámenme masoquista pero me enamoré de un ladrón, un ladrón pervertido, orgulloso y asesino. Por esa razón les relataré mis aventuras con Sumeros, Sumeros Ángelo.
J. Gil
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Caminaba con mi familia una tarde de febrero, regresábamos de compartir uno de esos domingos familiares que nunca me atrevía a rechazar; pasar un rato agradable con ellos se vuelve cada vez más difícil mientras creces, por eso intentaba aprovechar cada segundo. Al cruzar la esquina del parque mi padre recordó que debíamos comprar algunas cosas, así que él y yo pasaríamos por ellas al mercado mientras mi madre y mi hermano esperaban en el auto “sólo nos llevará cinco minutos” les aseguró él antes de irnos.
Unos panes recién hechos, huevos y leche, esa era mi parte. Nos separamos no sin antes repetir unas diez veces cuál era el punto de encuentro.
Todo pasó tan rápido…
Al darse la vuelta lo vi perderse calle arriba -un segundo de distracción- y sentí un empujón, había sido una mujer, me tambaleé un poco y me costó mucho no caerme, fue entonces cuando noté que las personas comenzaban a correr a mi alrededor. Se escucharon disparos y el estado de shock en el que estaba no me permitía moverme. Sentí como me halaban por el brazo con tanta fuerza que el grito se escapó de mi garganta, no pude suprimirlo y aunque lo intenté no podía soltarme, no era mi padre, como esperaba.
Fui consciente de tener en la sien un arma apuntándome, me temblaban las piernas. Dieciocho años –casi diecinueve- y las películas de acción que tanto disfrutaba no me habían preparado para ello. Nunca estuve –antes- tan asustada, me habían tomado de rehén.
“No grites” –me susurró al oído y más que una orden me parecía una petición cortés sin el “por favor”.
Delante de mí –de nosotros- la policía.
-“Suelte a la rehén y baje el arma” –gritó uno de ellos y me pareció la frase más estúpida que hubiera escuchado jamás.
-“Tengo permiso a portar armas. La prostituta salió del bar, me arrojó una botella… ¿qué quería que hiciera? ¿Le devolviera un beso?” respondió en un tono tan, sorprendentemente, natural como si lo hubiese hecho miles de veces. No supe cuando pero me desmayé unos minutos.
Me despertó aquel chico de tez blanca y ojos cafés, sonrisa autosuficiente y un encanto natural que conocía y hacía alarde de ello. Si no hubiese estado tan asustada me habría parecido atractivo, pero dadas las circunstancias, sólo pude retener –ahora sí- un grito. No estábamos en la calle sino dentro de un bar con una decoración bastante anticuada, rojo ladrillo con estampado floral en las paredes. Yo estaba recostada sobre un sofá pequeño color café y él de cuclillas frente a mí. Se río y soltó el humo del cigarrillo, en mi cara. “Si no estuviera full de carga te llevaría, pero creo que esta vez has tenido mala suerte”. ¿Mala? Yo debí resistir una sonrisa al escuchar aquello. Quería salir de allí para encontrar a papá e irnos. Sin embargo, mientras se levantaba dijo lo que menos habría querido escuchar:
-“creo que debes despedirte de tu padre, al menos agradecerle lo que ha hecho por ti”. Me quedé sin aire.
-“De… ¿de qué hablas?, ¿qué quieres decir?” –Pregunté y él sonrió arrogante-
-“Verás, preciosa, los dos policías están muertos y eres de las pocas que puede identificarme ante la ley, y no confío en ti, no te conozco, iba a matarte pero tu padre se ofreció como rehén para liberarte. Despídete y mantén la boca cerrada, eso es todo” –dijo y su tono de voz, tranquilo durante la primera frase se endureció como amenaza en el resto del mensaje, asentí, aunque no estaba de acuerdo, de manera casi automática.
No podía permitir aquello, seguro iban a matarlo. Detuve al chico tomándole del brazo y no tardé en entender que no fue buena idea. Él me miró de soslayo, ya no me parecía tan amable. Tomé fuerzas de las pocas que tenía, mi padre no debía irse con ellos:
-“olvídalo, yo por él” una sonrisa ladeada se formó en su rostro y se giró por completo para verme nuevamente. Yo estaba de pie y no supe cuándo sucedió aquello.
-“Serán los dos… intenta hacerme cambiar de opinión en el camino” me quedé plantada en el lugar. Aquello funcionaba mejor en las películas… por cierto ¿ir a dónde?
Ya lo sabría, pues cuando salió del establecimiento el hombre que estaba tras de mí, me cubrió la boca y la nariz con un trozo de tela blanca, el olor me hizo dormir por horas o eso me pareció.
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