Primera cita (sin revisión)
Inicialmente sólo tenía que mirarlo, tomar una foto y ya está. Confiaba en los 5 años de otro rostro, de otra rutina, de otras caricias… siempre lo mismo. Cinco segundos, quizás menos… Una foto y ya. Sin embargo… algo en esa nueva sonrisa, nueva mirada y aquel roce involuntario, encendió una llama.
-Por nada -dijo ella respondiendo el agradecimiento por el favor y él no pudo evitar la tentación de invitarle un café. Ella era turista como él; turista de la vida -y del país, claro-
La invitación surgió de un olvido. Ninguno logró recordar una cita planeada con meses de antelación.
Ella se dirigió entre risas acompañada por aquellos nuevos labios hasta el café más cercano. Parecían amigos íntimos, se conocían de toda la vida. Él compró una rosa, había olvidado aquella costumbre.
Durante el resto del día no habrían de recordar nada más, hablar… hablar, era lo único que podían. Hablar del clima, de religión, de política, del café, de la plaza, de la foto, del país, de amigos, del día a día… de una noche, quizá. Todo quizá. Entrada la madrugada volvía ella a su apartamento, resistiendo las ganas de invitarle a entrar, de besarlo y de preguntarle dónde había estado todo este tiempo. -¡Qué manera de comenzar el resto de mi vida! – Diría entre risas, él rió también. Le invitó a no entrar, adentró sólo esperaba la rutina -y otro él- insistió pero la puerta se abrió sola…
Él diría entonces que cómo pudo olvidar su cita, ella le reclamaría por lo mismo. Se reirían hasta entrar y cerrarnos la puerta a su intimidad. Llevaban cinco años de casados y día a día se enamoraban por primera vez, siempre por primera vez. Eran desconocidos hasta que la puerta de su apartamento estaba abierta. Ahí dentro estaba la rutina, fuera de ella una primera cita.
-Por nada -dijo ella respondiendo el agradecimiento por el favor y él no pudo evitar la tentación de invitarle un café. Ella era turista como él; turista de la vida -y del país, claro-
La invitación surgió de un olvido. Ninguno logró recordar una cita planeada con meses de antelación.
Ella se dirigió entre risas acompañada por aquellos nuevos labios hasta el café más cercano. Parecían amigos íntimos, se conocían de toda la vida. Él compró una rosa, había olvidado aquella costumbre.
Durante el resto del día no habrían de recordar nada más, hablar… hablar, era lo único que podían. Hablar del clima, de religión, de política, del café, de la plaza, de la foto, del país, de amigos, del día a día… de una noche, quizá. Todo quizá. Entrada la madrugada volvía ella a su apartamento, resistiendo las ganas de invitarle a entrar, de besarlo y de preguntarle dónde había estado todo este tiempo. -¡Qué manera de comenzar el resto de mi vida! – Diría entre risas, él rió también. Le invitó a no entrar, adentró sólo esperaba la rutina -y otro él- insistió pero la puerta se abrió sola…
Él diría entonces que cómo pudo olvidar su cita, ella le reclamaría por lo mismo. Se reirían hasta entrar y cerrarnos la puerta a su intimidad. Llevaban cinco años de casados y día a día se enamoraban por primera vez, siempre por primera vez. Eran desconocidos hasta que la puerta de su apartamento estaba abierta. Ahí dentro estaba la rutina, fuera de ella una primera cita.
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