Leo Black





Había luchado y muerto en vano. Pensaba una y otra vez en lo ocurrido. Él había ido a morir, quería morir y lo consiguió momentáneamente. De no ser por aquel viejucho seguiría así. Ahora, hasta la herida en su abdomen se había curado sin dejar al menos una cicatriz y le llegaban recuerdos, incluso más recuerdos de los que creía tener.

Aún estaba tirado en ese campo de batalla, rodeado de muertos, de cuerpos de amigos y enemigos… Enemigos, él, Leo Black, recordaba tener demasiados de esos. La podredumbre lo invadía, lo embargaba el mal olor. Sintió asco, vomitó. Comenzó a quitarse de encima aquellos cuerpos de caídos, ya inertes. Asomó la cabeza entre unos trozos de brazos y piernas.

Damien se había peleado con Cris la revisión de cadáveres. Se paseaba el campo buscando algún sobreviviente para darle la “estocada final” sin importar el bando al que perteneciera, a él, Damien, sólo le importaba matar. De esta manera le fue imposible pasar por alto el movimiento que causaba Leo moviendo cadáveres para poder salir. Se acercó al sitio, sus ojos completamente grises se posaron en aquel hombre y al verlo supo de inmediato que no era un sobreviviente cualquiera.


Oye, ¿puedo saber como un vampiro terminó metido en ese montón de basura? -rió irónicamente.

¿Un qué…? -preguntó Leo, recordó lo que le dijo el viejo “Bebe, bebe de mi sangre y muere. Te estoy obsequiando la vida eterna, soy Dios, es más soy mejor que él y te estoy obsequiando mi don” él había rechazado la ayuda, quería morir pero era imposible que no se colara la sangre cuando el chorro salía de la vena justo a tu boca.

Ah… ya veo, eres nuevo en esto – La voz de Damien lo trajo de vuelta. Lo miró mientras éste le extendía una mano que rechazó.- Oye amigo, trato de ayudarte, la salida del sol se aproxima y créeme que no te gustará su llegada. -Leo aceptó finalmente la ayuda.

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