Caracas es Caracas
Y ahí estaba yo, llegando a una ciudad que en nada se parecía a mi pueblo y que a primera vista no me ofrecía esos atardeceres naranjas o esas noches llenitas, llenitas de estrellas. Sólo traía conmigo una maleta. En algún lugar había leído que Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra, pero si yo venía de ese “demás” y no recordaba el “monte y la culebra” entonces… ¿qué era Caracas?
Son las 8:30. p.m. y Caracas es todo lo que hay saliendo de esta camionetica:
Unos hombres gritando las rutas de viaje,
Un paseo por el terminal en el que no caminas, te llevan.
Un taxi cuyo precio es capaz de hacerte tambalear
Y unas calles atestadas de cemento.
Así comenzó mi travesía en la gran urbe.
- Señor, a la Avenida Páez-
Fue lo único que pude decir mientras subía al carrito un tanto ‘estartalado por el uso y las calles descuidadas. La maleta viajaba en el asiento contiguo y yo me recosté a mirar por la ventana. Mucho tránsito, una música en la radio y unas cuantas palabras con el conductor me acompañaron en el camino. Una vez que se detuvo me miró, no había más que decir.
- ¿Cuánto es? –le pregunté.
- Setenta y cinco –dijo –y porque viene sola- dudé un momento pero le di el dinero, ¿qué podía hacer? ya me había embarcado en su ruta.
La mañana siguiente descubrí que el metro es un caos y ni hablar de la estación Plaza Venezuela, donde, de nuevo, no caminaba sino que me llevaban.
Basura por aquí, basura por allá, eran los adornos que me ofrecía la ciudad, sin embargo, lo mejor era:
El raspao’ en el Parque del Este,
Las foticos en la Plaza Altamira,
El museo improvisado por los vendedores saliendo de la estación Bellas Artes,
La parejita en el Parque los Caobos,
Y el vendedor ambulante en la camionetica de regreso al Paraíso.
Así entendí que Caracas es Caracas, la ciudad de estrellas artificiales en los cerros, de corazón ruidoso y ajetreado donde su gente trabaja, pelea y duerme la siesta en los vagones del metro.
Y. Pérez.
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