Pies al tiempo...


 

Xavier Nájera



La palabra no es el sitio del resplandor

Rafael Cadenas.



Fumaba un cigarrillo sentado sobre una gran roca que ya, por el tiempo, se unía al mar; como era común en mí, y en otros, aunque nunca hallaba la paz que buscaba. Arrojé la colilla al agua y me coloqué de pie, con dificultad pues ya los años comenzaban a hacer de las suyas.

Por fortuna el viejo edificio en el que me vi obligado a vivir hace un par de años estaba a dos cuadras de la playa. Al llegar dejé un rastro de arena en el pasillo hasta detenerme frente a la puerta de mi habitación, llevé mi mano al fondo del bolsillo para encontrar la llave, abrí sin ánimo, sabía lo que me esperaba. Me detuve antes de entrar, el olor a humedad impregnaba el lugar. Dudé. La mujer de limpieza salió de la habitación contigua arreglándose el vestido y tratando, sin éxito, de disimular el cabello alborotado. Seguía la misma rutina.

Por fin crucé la puerta, adentro sólo me esperaba la biblioteca ya rebosada de libros donde uno parecía brillar por encima de los demás: en él mi nombre escrito con letras doradas se empeñaba en recordarme lo que muchos definen como buena época.


Fue buena época, dicen y lo aseguran, lo confirman con sonrisas hipócritas. La sinceridad tiene sus límites, límites alcanzados por todos y notados por nadie. Una parte de mí se empeña en aceptar como ciertas sus palabras, pero, a la vez entiende que el verbo no podría estar conjugado en mejor tiempo. –Fue buena época –me dije cerrando a mis espaldas la puerta. La otra parte es esa del comienzo, la que me hace llamarles hipócritas y desconfiar lo que con un supuesto cariño sale de sus bocas.

No crean que siempre fue así, aquel libro que reposa ahora sin igualitaria compañía es sólo uno de al menos treinta que escribí, de los cuales cinco continúan archivados, otros diez fueron descartados por mí y el resto supongo que los perdí. Aunque, no se pierde lo que conscientemente descuidamos. A diario lo repito intentando convencerme de eso. todo en mi vida se ha vuelto rutina, como hoy, todas las tardes comienzan con una caminata en la playa, una ducha fría, una taza de café e intentar pasar por alto el noticiero, los programas, entrevistas, es decir, a todo ese pequeño aparato que tantos dolores de cabeza da.



¿Qué ha hecho esta tarde diferente y por qué me encuentro sobre la terraza del edificio? Simple.



Quiero sentir un aire nuevo y notar cómo muchas personas en su indiferencia se concentran para reprochar lo que más de una vez han pensado, aunque lo nieguen.

Aquí sentado en esta cómoda silla cuyo espaldar mira a una extraviada calle y a un in-entendido mar, con ninguna otra compañía que este computador, pretendo hacer algo de lo que no podrán culparme, ni juzgarme o catalogarme bajo ningún seudónimo –que no merezca, claro-

Me coloco de pie, aparto a un lado la silla en la que descansaba, muestro el paisaje que día a día me acompaña, intento ignorar los gritos que escucho abajo y dejo caer mi única compañía.

Y. Pérez

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